Testigos de un desembarco

Ayer asistí a una asombrosa presentación de un libro sin libro, en la que un periodista kamikaze de ojos diminutos, por este orden, descorchó la realidad misratiana; pulverizó los mitos izquierdistas; ridiculizó el Jonsistiagastyle; defecó frijoles sobre el modelo periodístico (la bestia); reconoció la prostituciòn como una de las bellas artes y le puso unos preciosas alas transparentes a george orwell, que echó a volar sobre Cataluña y Birmania.

El evento fue un éxito internacional y un tratado de buen gusto. Fluyó el tequila Alacrán -que aquí sigue reptando por las paredes de mi estómago- y la cerveza León, demostrando que la animalización bien temperada es un don reservado a los editores de los dioses.

Entre los ilustres asistentes se contaron: un periodista español disfrazado de Jaime Urrutia; una francesa de rostro avinegrado; tres sinaloenses posmodernos lectores de Vian; un guatemalteco de ojos como carbones encendidos (los mismos ojos que se le ponían a Toscanini cuando dirigía a Beethoven); tres periodistas (estudiantes de periodismo) de gafas supersónicas y pelos revueltos; un valenciano con sobrepeso y pupilas dilatadas; un editor de figura fusiforme que hacía preguntas con la soltura de un rorcual en aguas del Pacífico; una pareja de fresas elengantísimos que en ningún momento se soltaron de la mano; un tipo solitario exactamente igual que Cesare Pavese y un tristísimo guitarrista de mariachi que arrastraba un pequeño estuche de violín.

Hubo preguntas, asombros y tequilas. Un exitazo de Libros del Knock Out.

Testimonio de un tal Luis, miembro del K.O. división mexicana, residente mexicano, amigo valenciano y asistente a nuestro desembarco en tierras aztecas.

Libros del K.O.
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