El pene de Rasputin

“Pocas veces me he sentido tan impotente ante la embestida del absurdo ruso como aquella tarde de contornos irreales de julio de 2004 que me enfrenté, cara a cara, como en un cuento kafkiano, con el monstruoso pene embalsamado de Rasputin, una estalactita gomosa protegida a cal y canto en la clínica del sexólogo Ígor Kniazkin, en San Petersburgo. A primera vista, aquel periscopio abotargado me pareció el pene del increíble Hulk. Tumefacto, verdusco y portentoso, el supuesto miembro del santón siberiano flota cabeza abajo en una solución de formol, levitando en el líquido viscoso como si pendiera aún del tronco de aquel tótem de pelambrera y alma desgreñadas, que se abrió paso en con su mirada clara y penetrante en la corte del imperio rusopara convertirse en curandero de cabecera de los últimos Románov. De cabo a rabo, el pene del monje rijoso mide 26 centímetros […] ("mediría 5 centímetros más en erección”, me dijo Kniazkin con orgullo viril). Los pelos del escroto se ondulan en el líquido viscoso como bigotes de langostino vivo. […]
Mientras lo contemplaba me acordé de aquel cuento de Cortázar sobre el axolotl, ese anfibio caudado que el personaje observa absorto en un acuario y con el que acaba confundiéndose en un coletazo final de terror húmedo y escalofriante.

A Moscú sin Kaláshnikov (crónica sentimental de la Rusia de Putin envuelta en papel de periódico), Daniel Utrilla, Libros del K.O.


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