junio 25, 2015

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La vida de las cosas

I. INTRO

Y cuando aterrizó en España, su nombre estaba mal escrito.

Este es el arranque de un thriller non fiction que está sucediendo ahora en directo. Luchamos contra el reloj y acaso contra el cosmos. El drama sucede en tres escenarios: una imprenta, un almacén de libros en un pueblo de Guadalajara y un avión cruzando el Atlántico.

Pero empecemos por el principio:

La vida de las cosas es el título de nuestro último libro. Lo ha escrito Álex Ayala, español de nacimiento, boliviano de corazón y tartamudo de vocación, y una persona tan generosa y romántica que es la segunda vez que publica con nosotros. Posiblemente sea la última.

Después de cinco años sin volver a casa, Álex está volando ahora mismo hacia Madrid, donde parará unos días antes de poner rumbo a su Vitoria natal. Hemos hecho coincidir su visita con la publicación del libro, y entre los abrazos, reencuentros y complicidades que le esperan, le hace especial ilusión entrar a una librería y poder tocar con sus manos el libro recién salido de imprenta. Sentirá esa satisfacción de leer su nombre en la portada del libro:

 

Le dará la vuelta, leerá la contraportada, lo inclinará como una espada de papel valirio, acariciará el lomo y verá

y verá

que los descerebrados de sus editores han escrito mal su nombre. Y que donde debería poner Ayala dice Alaya.

II. FLASHBACK

Con su sombrero Panamá colgando de una botella de ginebra, Holden se sienta al ordenador de su casa. Está contento. Está a punto de dar una mala noticia. Escribe con fingida austeridad, masticando en silencio las adversativas, como un profesor a punto de suspender un examen:

Me acaba de llegar el libro de Ayala. Justo ayer leí el primer capítulo y tenía ganas de más. No obstante, he de decirte que ha llamado mi atención un fallo importante: el apellido de Alex está mal escrito en el lomo del libro. Pone "Alaya". No sé si estáis al corriente ya. Pero por si acaso estáis a tiempo de cambiarlo.

No, no estábamos al corriente ya.

No, no da tiempo a cambiarlo.

La cámara enfoca mi rostro de angustia.

Fundido en negro

 

III. LA HUIDA

- Una pegatina—exclama mi socio Álvaro— Imprimimos pegatinas con el nombre bien escrito y vamos al almacén de la distribuidora, escalamos las estanterías y curamos, uno a uno, todos los lomos de todos los libros.

- ¿Una pegatina?— replico— ¿No será demasiado cutre?.

- Si tienes una idea mejor, adelante.

No, no tenemos una idea mejor.

Llamamos a nuestro diseñador de cabecera, Artur Galocha, nuestro señor Lobo de in design, para que se encargue de diseñar para ayer mismo una pegatina para el lomo. Algo fantástico, memorable y rápido. Él está acostumbrado a este nivel de tensión. Sí se puede, pensamos.

Pero no se puede.

Artur nos informa que está convaleciente por un accidente en bicicleta. Tensó tanto las manos al frenar que ahora no puede ni sujetar una lata de mahou al atardecer en la playa. Le montamos una escena dramática, le suplicamos y se despide de nosotros asegurando que se pondrá con ello, aunque sea tecleando comandos con una pajita.

Mientras tanto, desde la distribuidora, espantados por nuestra cagada, nos sugieren que reimprimamos el libro entero, que es como pedirle a Grecia que celebre unos Juegos Olímpicos este verano. Mientras tanto el avión de Álex debe de estar llegando ya al anticiclón de las Azores. Mientras tanto imagino excusas para Álex Ayala, que es la única persona de toda la cadena alimenticia que a estas hora no sabe lo que ha ocurrido con su libro:

- Álex, ¿sabes que La vida de las cosas tiene vida propia y que ha ocurrido algo que daría para añadir un epílogo entrañable a la segunda edición?

- Álex, una agencia de Marketing nos ha recomendado que escribamos Alaya en vez de Ayala, para que la gente confunda tu libro con las memorias de la juez de los ERES y así vender más. Porque la crónica latinoamericana es muy bonita, no te digo yo que no, pero vender, lo que se dice vender, aquí vende más la política y la corrupción.

- Álex, tenemos que hablar

- Álex, Planeta nos ha saboteado

- Álex, ¿en el fondo es una anécdota divertida, verdad?

Álvaro me manda wasabis con fotos de las pegatinas sobre el lomo. Es solo una prueba, me advierte a la defensiva. Es entrañable, pienso, pero parece una tirita.

- Alex, ¿te gusta nuestra nueva tipografía? Se llama Pegatin Sans. Está pegando muy fuerte entre las starts up de Sillicon Valley.

Mientras espero noticias de Álvaro, reviso el correo con aprensión. Termino de escribir un mail a un severo crítico literario que desprecia nuestro trabajo con mimo. Solo una vez leyó un libro nuestro y nos dijo que había encontrado cinco erratas.

Le doy a mandar. Antes de levantarme del asiento mis ojos sobrevuelan la pantalla. Leo con espanto la última frase:

"Muchas gracias por tu atención

Salidos cordiales".