La última vez que recibí una de esas llamadas que te joden el día estaba en la barra de un bar, pidiendo un tercio de Ambar. De fondo, en la radio, sonaba “Puede Ser”, de El Canto del Loco. Mientras sacaba la servilleta de la boca de la botella y metía el móvil de nuevo en el bolsillo del pantalón, se abrió una ventana de silencio que me permitió prestar atención a la canción. Casi como en aquella escena de Grease en la que Frankie Avalon se aparece a Frenchy para cantarle que no deje sus estudios, sentí a Dani Martín dirigirse a mí al entonar ese estribillo: “Naces y vives solo, naces y vives solo, naces y vives solo…”
Volví a la terraza y me senté con mis amigos. Hablaban de montañas. Y de lentejas. Y de lo que rentan las lentejas de lata del Mercadona en las travesías. Así, frías. Por no hablar de la fabada, que parece que no, que da pereza, pero luego entra que da gusto. Y nos reímos recordando la vez que casi morimos deshidratados tras perdernos por el Valle de Tena, y yo decidí gastar la poca saliva que me quedaba en insultar a Juanchus, que era quien llevaba el mapa. No me arrepiento de nada.
Supongo que como cualquier grupo de amigos, somos especialistas en contar las mismas anécdotas una y otra vez sin que pierdan ni una pizca de gracia (qué razón tenía Lágrimas de Sangre cuando cantaba “Vuélveme a contar aquella historia, van ochenta veces, pero vértela narrar es pura gloria”).
El caso es que, entre legumbres enlatadas, mapas mal interpretados y carcajadas de las que te dejan sin aliento, logré olvidar durante un rato que había vida fuera de aquella parcela del mundo. De esos dos metros cuadrados habitados por un puñado de sillas mal colocadas, una mesa metálica, demasiados tercios, un bol de pipas rancias y, lo más importante, mis amigos.
Decía Forrest Gump que la vida es como una caja de bombones, porque nunca sabes qué te va a tocar. Y tenía razón. Pero para mí la vida también es como el pilla-pilla. Aunque sea un juego individual, siempre nos quedará la “chufa”: ese refugio impenetrable en el que, aunque sea durante un ratito, nada malo puede pasar. Aquel día mi chufa estaba en ese bar, junto a esas personas.
Cogí el coche para regresar a casa y encendí la radio. Esta vez sonaba “Te prometo”, de Viva Suecia. Al acercarse el estribillo, subí el volumen, agarré fuerte el volante y canté con ellos: “De pronto es tan absurdo, ser uno contra el mundo… Te prometo estar presente cuando todo esto reviente”. Pensé de nuevo en la llamada, y sonreí al darme cuenta de que, en realidad, si yo fuera Frenchy de Grease, mi Frankie Avalon sería Rafa Val, y no Dani Martin.
Lucía Perez Oroz
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