El policía tenía un diente de oro. O de chapa de oro. Sonreía como si acabara de matar a alguien. El conductor de la Expedition calculaba que había matado a un par de personas. Imaginó a un indio seri tirado entre cactus, con un balazo abriéndole un enorme hoyo en la espalda. Imaginó también a un yonqui de Arizona buscando emociones fuertes en los pueblos de Sonora y encontrando su cenit en la...
Ver artículo completo →