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Un espía accidental en el caso Assange y Snowden
Hay decisiones que dan vértigo retrospectivo: en 2008, Txema Guijarro pidió una excedencia en Telefónica, donde trabajaba vendiendo redes privadas virtuales para empresas, y viajó a Latinoamérica para participar como asesor demoscópico de los candidatos de izquierda en los procesos electorales de Paraguay y El Salvador. Tras acumular experiencia política, pasó a ser analista de la Cancillería de Relaciones Exteriores del Gobierno ecuatoriano de Rafael Correa.
En los pasillos del Gobierno en Quito comenzó la aventura que convertiría a este joven madrileño en una pieza fundamental del juego diplomático que permitió al editor de WikiLeaks, Julian Assange, lograr el asilo político en la embajada de Ecuador en Londres.
El analista describe, desde el punto de vista de un testigo privilegiado, la fenomenal tormenta política, judicial y mediática que enfrentó al Gobierno ecuatoriano de Rafael Correa con Estados Unidos y Reino Unido. Esa extraña partida plagada de amenazas, faroles y mucha improvisación —narrada con ritmo de novela de espías y un paisaje de fondo que a veces roza lo cómico y lo surrealista—, tuvo su continuación cuando un salvoconducto expedido por un diplomático ecuatoriano permitió a Edward Snowden volar desde Hong Kong a Moscú, donde comenzaría otra rocambolesca y a ratos delirante trama para intentar trasladar al exagente estadounidense desde Rusia a Ecuador.
Cosas que deberías saber