“Pocas veces me he sentido tan impotente ante la embestida del absurdo ruso como aquella tarde de contornos irreales de julio de 2004 que me enfrenté, cara a cara, como en un cuento kafkiano, con el monstruoso pene embalsamado de Rasputin, una estalactita gomosa protegida a cal y canto en la clínica del sexólogo Ígor Kniazkin, en San Petersburgo. A primera vista, aquel periscopio abotargado me...
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