No volveremos a ser editores jóvenes

Que la editorial iba en serio uno lo empieza a comprender cuando lo primero que hace por la mañana, antes de recitar a Rilke, es consultar la tabla de ventas de la distribuidora.

Como todos los editores jóvenes, nosotros vinimos a quemar todos los puentes.

En febrero de 2011 éramos más jóvenes y más valientes y más soberbios. Jordi Herralde, editor de Anagrama, había dicho en una conferencia que "una editorial de no ficción es inviable en España" y nosotros le íbamos a demostrar a ese advenedizo de qué iba la vida.

Publicábamos libros con una inconsciencia kamikaze rayando en el desprecio: nosotros éramos exquisitos, el mercado eran los otros. Poníamos el precio de los libros al azar, casi por la sonoridad de sus decimales: nada de perder el tiempo calculando el punto de beneficio. Luego ocurría que no amortizábamos gastos ni vendiendo la tirada completa, luego ocurría que teníamos que extender la estafa piramidal buscando nuevos socios inversores entre los amigos. Hasta que nos quedamos sin amigos y no hubo más remedio que empezar a hacer cuentas. Descubrimos el Excel, la economía de escala, el puto miedo a irte definitivamente a la mierda, cosas horribles por el estilo.

La contra de los libros se suele escribir de madrugada, en vísperas de mandar a imprenta, preferiblemente al borde de una crisis nerviosa. Eso era sí hace cinco años y dentro de dos meses. Solo que ahora las escribimos sin propensión al mito.

Siendo todavía editores-cazadores-recolectores, nuestra única misión era dinamitar todas las convenciones y no caer en los vicios del género, en esas frases tan “uno de los mejores escritores de la segunda mitad del siglo”, en esos adjetivos “imprescindible”, "obligatorio", en esas fajas burdamente triunfantes, en esa sintaxis de desesperante sensatez: “aborda temas desde X a Y, pasando por”. No, nuestras contras estaban llamadas a fundar civilizaciones. Habíamos venido, ya lo he dicho, a llevarnos el mundo editorial por delante.

De aquella época es la primera edición de Mata a tus ídolos, de Luc Sante. En la contra escribimos este relato críptico:

Posó el carajillo en la mesa y, con todo su miniaturismo angustiado, Flaubert nos soltó a la cara uno de eso tuits compactos y paradójicos que tanto ama: “Se metódico y ordinario en tu vida, como un burgués, para poder ser violento y original en tu obra”. Nosotros permanecimos callados, pero Luc Sante, que llevaba toda la noche matando a sus ídolos con minuciosidad de detective, le miró fijamente y, balanceando su cigarrillo boca abajo, destilando más languidez hastiada que cualquier pieza escrita para violín, le respondió con una crítpica proclama:
"Solo queríamos que el poder desapareciera, y veces parecía que ya lo había hecho... magnolios creciendo entre las grietas del asfalto... una máquina de escribir china y un becerro disecado con dos cabezas... yonquis blancos masoquistas... el resplandor de los incendios a lo largo de Amsterdam Avenue... clérigos de alto nivel compartiendo drogas con alumnos desnudos en criptas de grandes iglesias...Cowboys negros hablando alemán”
Luego detuvo su discurso y, mirando a Flaubert, gritó: "Por el amor de dios, ¡abrid una ventana! Y sacad de aquí ese culo funky". Desde la puerta del bar, antes de desaparecer, nos dejó una lúgubre advertencia pronunciada como si hicera gárgaras con lejía y carbón: Algún día  seréis capaces de desatornillar vuestros árboles, girar los setos y lavar el césped con champú. 
En la mesa, junto al carajillo, nos dejó este libro. Aunque te advertimos, lector, que los trenes ya han dejado de circular con puntualidad.

 

Era la anticontra, la metacontra, la contra automática, la contra poseída, la dadacontra, la contra dodecafonista.

Era, descubrimos demasiado tarde, el tipo de contra que espanta al lector: he visto letraheridos en la feria del libro tomar el libro entre sus manos, admirar la portada, dar la vuelta al tomo, leer la contra, el espanto en sus ojos, el horror, el horror, dejar el libro y salir corriendo. Un consejo: antes de quemar el puente, asegúrate al menos de cruzar primero el río.

Una contra es un manual de instrucciones, un escaparate publicitario, una trampa, un cebo, una exageración, una cosa simple, una idea encapsulada, una seducción, un ruego, un chupito transparente. Puede ser muchas cosas: nunca una paja.

Han pasado casi cinco años desde entonces y la “verdad desagradable” asoma: que compren y lean tus libros es el único argumento de la obra. Solo que no nos parece una verdad desagradable, sino un vicio formidable. Que nos lean, que nos compren, que nos conozcan. Así cada libro y vuelta a empezar.

Han pasado cinco años y ahora publicamos un nuevo libro de Luc Sante: Bajos fondos, una mitología de Nueva York. Y aprovechamos la ocasión para reeditar Mata a tus ídolos, uno de nuestros juguetes favoritos que, pensamos, hubiera tenido mejor vida de haber sido nosotros menos divos capullos.

Por si acaso, hemos sustituido la antigua Madre de todas las anticontras por una pieza sensata y convencional, indigna de las vanguardias de entreguerras, pero más útil para que el lector se haga una idea aproximada de lo que va encontrar dentro, que de eso, poco más, que no es poco, se trata el trabajo del escribidor de contras.

 ContraNueva

 

 Y luego ya no hemos podido parar y hemos caído también en las fajas obscenamente autocelebratorias. Pero es que teníamos tanto que celebrar:

La octava edición de Plomo en los bolsillos, de Ander Izagirre, con su cinta roja de ramo de flores en el podio del Tour.

Y la quinta edición de Fariña, de Nacho Carretero, con su fondo fajofarlopa y su cebo elogioSegurola y elogioEnricGonzález

 

Vender libros, que nos lean, es el único argumento de la obra.

Pero seguimos soñando en desatornillar vuestros árboles, girar los setos y lavar el césped con champú. 

 

 

 


Emilio Sánchez Mediavilla
Emilio Sánchez Mediavilla

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