El Dekomerón de Cercedilla (Capítulo 12)

Tras escuchar el cuento de Jaime Rubio, los autores recobraron la sonrisa y dedicaron la tertulia posterior a imaginar cómo sería el primer día de libertad recobrada. Se enumeraron planes deliciosamente convencionales: hablar con amigos, tomar cañas en una terraza, llevar a los niños al campo, tumbarse en el césped, entrar en una librería. Nada que ver con los proyectos megalómanos imaginados en tiempos normales, como tirarse en paracaídas o escribir un libro. Los sueños, en tiempos de la peste, caben en un bolsillo.

Esa noche, Nacho Carretero tomó la palabra.

 

 

EL OLVIDO QUE CAYÓ SOBRE QUEENS
NACHO CARRETERO
De cómo usted, atento lector, es incapaz de recordar esta historia

  

El 12 de noviembre de 2001, a las 05:31 horas de la mañana, Héctor Aceno, tercer hijo de Hipólito Aceno y Ubencia Aceno, desayuna con sus padres en su casa de Astoria, en Queens, Nueva York. Aunque dominicanos, el desayuno tiene poco de caribeño: Héctor come dos salchichas de cerdo del paquete de cuatro de Oscar Mayer, dos huevos fritos, tres tiras de panceta fritas con mantequilla y arroz. Su padre moja pan recién hecho en un huevo frito y su madre, Ubencia, bebe un café solo sin azúcar en una taza blanca con un dibujo del gato Garfield metiéndose una bandeja entera de lasaña en la boca.

A la misma hora, el comandante Ed States desayuna en el hotel Century Park Motor Lodge de Brooklyn junto a su copiloto, Sten Molin. El comandante States toma una tostada de huevo revuelto y un zumo de naranja natural mientras que Molin bebe una taza de té negro infusionado en leche con un poco de canela.

Nada de lo anteriormente descrito es relevante.

 Héctor acompaña a sus padres al aeropuerto internacional JFK. Cuando les ayuda a bajar la maleta del coche y se despide de ellos, se cruzan sin saberlo con el comandante States y su copiloto. Los cuatro, separados por apenas dos metros de involuntaria distancia, se dirigen a la puerta de embarque 56B, la asignada esa mañana para el vuelo 587 de American Airlines con destino Santo Domingo. El despegue está previsto para las 9:05 horas. El cielo está despejado, no hace viento y el clima se mantiene estable.

 En lo que al comandante Ed States se refiere, es la primera vez que va a pilotar un Airbus A300B4-605R. Obviamente, tiene dilatada experiencia en el manejo de otro tipo de Airbus, pero este no lo ha comandado nunca. En cuanto a Hipólito y Ubencia Aceno, lo que los lleva a la aeronave es regresar a Santiago de los Caballeros, segunda ciudad más poblada de la República Dominicana y donde viven junto a sus otros dos hijos.

 Entre tripulación y pasaje, 262 personas llenan el avión, la mayoría dominicanos que van a visitar a sus familiares o regresan de hacer lo propio en Estados Unidos. Los pilotos ultiman los ajustes y revisan por segunda vez la lista de chequeo antes del despegue. Los pasajeros se abrochan el cinturón. Son las 08:54 de la mañana.

 A las 09:11 horas el vuelo 587 está a la espera de despegar. En ese momento State y Molin reciben un aviso rutinario de la torre de control: delante de ellos va a despegar un Boeing 747 de Japan Airlines. Finalmente el Boeing despegará exactamente 30 segundos antes, de modo que cuando el Airbus de American Airlines se eleve, el  747 japonés estará a 8 kilómetros de distancia. Esto dejará una turbulencia de estela que tendrá que atravesar la nave comandada por State y Molin.

 Ambos cuentan con ello.

 A las 9:14 el vuelo 587 despega. A los controles del avión está Molin y en el control de las comunicaciones se sitúa States. A las 9:15 el vuelo 587 se encuentra con la turbulencia dejada por el 747 japonés.

 El primer bandazo a la derecha se produce a los 83 segundos del despegue y apenas inquieta a los pasajeros. Hipólito mira por la ventana y contempla cómo sobrevuelan la ciudad. Se propone, más como un juego que como una verdadera intención, localizar la casa de su hijo Héctor. Inmediatamente, otro bandazo. Después, movimiento brusco de turbulencias y la sensación fría y pastosa en la boca, eléctrica y ácida en la espalda, de que algo no va bien.

 Ubencia mira a las azafatas, salvoconducto a la tranquilidad cuando un avión se mueve más de lo que debería. Dos están asidas al reposabrazos de su asiento con fuerza. Otra sonríe.

 En la cabina, el copiloto Molin trata de estabilizar el avión. Para ello, utiliza dos pedales que el Airbus A300B4 tiene bajo los controles de mando y que mueven el timón de cola. Pisa con fuerza uno de ellos para escorar el timón a su derecha. Éste gira con brusquedad. Pisa de nuevo para orientarlo al lado contrario. La caja negra revelará la frase que en ese momento pronuncia el capitán Ed States: “¿Estás bien? Sostenlo”. Molin pisa hasta tres veces más los pedales y, coincidiendo con la última pisada, se escucha un estruendo seco en la zona de cola. Los seis anclajes recubiertos de lengüetas de metal que unen el timón con la estructura se desprenden a la vez, cediendo a la tensión a la que les estaba sometiendo el copiloto Molin, a la velocidad de 470 kilómetros por hora y al peso de 130 toneladas del Airbus. El timón cae a tierra; los investigadores lo encontrarán a 1,5 kilómetros de distancia. La NASA confirmará que la fibra de carbono se encontraba en perfecto estado. Han transcurrido 89 segundos desde el despegue.

 Bob Benzon, jefe de Seguridad Aérea de Estados Unidos, aseguraría en una entrevista a National Geographic posterior que “solo una fuerza tremenda podría desprender los seis anclajes del timón”. En realidad, esta fuerza tremenda se debió sencillamente a la forma de pisar los pedales de Sten Molin. El Airbus A300B4-605R, a diferencia del resto de Airbus de la compañía American Airlines, tenía una enorme sensibilidad en dichos pedales. Sin embargo, el manual de vuelo no lo especificaba y la aerolínea habilitaba a sus pilotos en cabinas de simulación en las que era necesario pisar con brusquedad los pedales. Cuando Molin aplicó lo que había entrenado, obligó al timón a girar de una manera tan exigente, que terminó por desprenderse. El escándalo aeronáutico posterior tras revelarse este aspecto de la investigación fue mayúsculo.

 Una vez desprendido, el avión se vuelve ingobernable. Comienza a girar sobre sí mismo. La caja negra ofrecerá también la conversación de ese instante entre Molin y States.

—States: “¡Sostenlo, sostenlo!

 —Molin: “¡No puedo!”

 —State: “¡Hay que salir de aquí!”.

Ambos desconocían que habían perdido el timón de cola y creían que estaban dentro de la turbulencia. El avión cae en barrena durante 265 metros de gritos, lágrimas y rezos hasta estrellarse en la calle 131 Beach de Rockaway, en Queens. Lo hace sobre cuatro casas familiares, que destruye. Otra decena de viviendas de los alrededores resultan afectadas. Los 260 ocupantes del Airbus mueren en el acto y cinco personas más fallecen en las cuatro casas sobre las que cae la nave.  En total, 265 víctimas y el impacto emocional imborrable de un Airbus desintegrado en plena calle.

Las televisiones acuden al lugar. Las llamas en las casas, los vecinos corriendo presas del pánico, los restos de fuselaje en los jardines de las viviendas, las sirenas de los bomberos… Todo se refleja en las pantallas de las televisiones de medio mundo, que contemplan cómo un Airbus de 260 pasajeros y 130 toneladas de peso se ha desplomado sobre un barrio de Nueva York en hora punta de la mañana. Y sin embargo, el hecho de que tal tragedia tuviera lugar dos meses y un día después del atentado del 11-S contra las Torres Gemelas, hace que usted, atento lector, sea incapaz de recordar este suceso, tan dramático como real.

 

Sigue leyendo el capítulo 13

 

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Nacho Carretero es autor de Fariña y Nos parece mejor


Emilio Sánchez Mediavilla
Emilio Sánchez Mediavilla

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