Hay una cuenta de Instagram que sube fotos de parejas para que intentes adivinar si los retratados son hermanos o están saliendo. Y no es fácil. ¿Por qué nos parecemos físicamente a las personas que nos gustan? Una búsqueda rápida me descubre que esto debe tener algún fundamento científico, pero me parece demasiado fatalista pensar que es solo eso.
Hay veces que me gustaría hacer eso que decía Amaia en una canción de meterme por la nariz de alguien hasta llegar a su cerebro. Asumir la visión del mundo a través de sus ojos; tiene algo tranquilizador, la idea de desaparecer en una identificación total.
Caroline Polachek lo dice con alarde de concisión en el título de su último disco: “Desire, I Want To Turn Into You”. Deseo, quiero convertirme en ti. Según el día, me suena al grito de guerra de una desquiciada o a lo más bonito que se ha dicho nunca. De alguna forma, nos reafirma convertirnos en algo (o alguien) que nos gusta.
Me da la sensación de que estos intentos de parecerse al otro, deliberados o no, son torpes tentativas de abrir un butrón que conecte directamente con eso que nos gusta de él (que amamos, admiramos, envidiamos o codiciamos, depende), sin la palabrería y las cosas que solemos encontrar en el espacio entre nosotros y los demás.
Es un impulso irracional y oscuro que tiene algo como de urraca. Inevitable. Que nace, como las frases de Amaia y Caroline Polachek, de la impaciencia y el anhelo desesperado de conocer a alguien y que nos conozca ante la imposibilidad de intercambiar cerebros.
Sin la poética de las canciones, queda menos elegante: pienso en las fotos de Brad Pitt cambiando de pelo según su pareja. Me producen un rechazo casi visceral y al mismo tiempo muchísima curiosidad. Imagino que unas mechas rubias en este caso no son solo eso, son el reflejo deslustrado de otra cosa. Puede ser que esté proyectando.
Porque el butrón no comunica con nada y la única manera de cruzar el espacio que nos separa de alguien es sufriendo un poco y hablando mucho. Con suerte encontramos esa otra cosa pero, en cualquier caso, es mejor que imaginar que estaba ahí. Con todo y mientras tanto (porque esto es muy fácil decirlo): Brad, yo te entiendo.
Lucía Perez Oroz
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