Santiago es Teherán, por Emilio Sánchez Mediavilla

Luigi me reclamó por wasap tres adjetivos para Santiago de Chile. Leí el mensaje en mi mesón 167 de la Furia del Libro en la estación Mapocho, un hangar de zepelín repleto de poetas y feriantes, sostenido con vigas metálicas oscilantes para resistir temblores, a la orilla del cauce de un río seco con muros decorados con proclamas políticas, junto a un mercado de abastos donde una fabuladora mesera colombiana nos ofreció una mesa con “vistas al mar,” cerca de una tienda de sombreros —fundada por un señor de Torrelevaga— donde un mono lleva décadas golpeando el escaparate con un bastón, enfrente de una piscina diseñada por el arquitecto Luciano Kulczewski, también conocido como el hombre que diseñó Santiago, que desde fuera parece un edificio en ruinas y, por dentro, un balneario de Bucarest alrededor de 1986.

Santiago sucede despacio. Es una ciudad colosal, pero no parece atravesada por un escalofrío de desmesura. No tecleo el adjetivo ´lenta’ ni ‘pausada’ en el móvil porque intuyo que es una observación errónea o directamente estúpida aplicada a una ciudad de pluriempleados. Cuesta mucho desprenderse de las primeras sensaciones, pueden funcionar con las personas, rara vez con las ciudades.

Santiago es una ciudad de tiempo menguante. Después del estallido de 2019 y de los confinamientos del covid, ha perdido un par de horas al día. “Todo cierra antes”, escucho. Las tiendas, los bares. En la plaza Italia un soldado vigila la base vacía de un monumento al que le falta el caballo y le falta el militar encima del caballo. Se convirtió en objeto de burla y ataques (le cortaron una pata al caballo, leo fascinado en un artículo severo de Wikipedia, que imagino escrito en el móvil por ese soldado vigilante y aburrido y algo rencoroso) por parte de los manifestantes, así que el ejército retiró la estatua para evitar oprobios. Ese militar vigilando la nada no es un capricho surrealista, no es una metáfora. Tampoco es un adjetivo válido para mi descripción fallida de Santiago. Es un paréntesis. Santiago es una ciudad en calma, hasta que estalla. 

Santiago es una ciudad en retirada que no para de crecer: “Ya no llueve, hay que marcharse al sur”, me dicen muchas personas en contextos aleatorios. En la primera noche en casa de Hugo y Gisela se habló de fantasmas y temblores, de las diferencias de textura entre el congrio rojo y el congrio negro. Los chilenos me contaron muchas historias esos días. El santiaguino es un narrador moroso, sin elipsis, tal vez porque vive en una ciudad que sucede despacio, entre paréntesis.

Javier Martín, camiseta gótica, chiva larga, aspecto de dueño de bar de Carabanchel, es delegado de Efe en Chile, después de 20 años en Oriente Medio. La tarde del sábado en Mapocho, el hangar repleto de lectores y de libros, repasa las ciudades donde vivió las últimas dos décadas: El Cairo, Jerusalén, Damasco, Trípoli, Bagdad, Beirut. La conversación, no recuerdo cómo, nos lleva a una conclusión irrefutable, demente, luminosa: “Santiago es como Teherán”. Hugo nos mira con asombro, acaso con espanto, intentamos argumentar la boutade: rodeada de montañas, muy contaminada, escala social ascendente a medida que se sube de altitud. Explicar una metáfora es un ejercicio grotesco.

Sergio Parra, librero de Metales pesados, personaje del Poeta chileno, de Zambra, amigo de Lemebel, tiene un rictus de Dustin Hoffman cuando ríe criticando a los inútiles que renunciaron a que Chile sea el país invitado a la feria de Frankfurt, y se da un aire a Leonard Cohen si Leonard Cohen fuese librero en Santiago de Chile.

Me gustaron sus lentes, me dice riendo la camarera de la pastelería Eric Kayser, en el aeropuerto de Santiago, antes de embarcar ¿Y si fuera una orden secreta del Ministerio de turismo a todos los trabajadores del aeropuerto? Pedirles que reciten, sin venir a cuento, de sorpresa, una frase inesperada y feliz a los pasajeros que abandonan Chile.

Necesito convencer a mis socios de la importancia estratégica del mercado chileno. Vender libros será la tapadera para encontrar tres adjetivos para Luigi y para contar Santiago sin elipsis, como haría un santiaguino.


Lucía Perez Oroz
Lucía Perez Oroz

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