Alfonso Reyes, en 1913, ya nos habló de la crisis en la prensa:
La prensa mexicana ha vivido, desde hace muchos años, dominada por un solo criterio. Muchos periodistas nuestros se han formado bajo las sugestiones, las enseñanzas, las disciplinas de ese criterio. De un criterio que consiste en sustituir la excelencia con la abundancia. Hay que escribir -se decía- para todas las gentes. Tratábase de obtener el éxito del número, éxito que siempre redunda en perjuicio de la calidad. Tratábase de crear el diario de poderosa información, de poca o ninguna apreciación. Toda apreciación, todo juicio habían de ser los impuestos por el estado de las cosas públicas, los más inmediatos y superficiales. Como en un cuento de Villiers de L’Isle-Adam, el novicio debía comprobar, para merecer plena confianza, que carecía en absoluto de talento. Se quería amontonar hechos, hechos brutos y hasta pueder ser que expresivos; mas proscribiendo todo espíritu de interpretación. Pensar era una innovación peligrosa. El periódico no había ser la escuela del criterio. Su misión sería la de la sonaja de los hechos: aturdir con la información, no dejar tiempo de pensar, de escoger, de preferir. Ya se sabe: los absurdos que viven mucho acaban por convertirse en razón. Éstos son descuidos de la ingenua naturaleza, que no se decide a aniquilarlos a tiempo. El monstruo, de tanto vivir, crea una especie nueva, imprime su deformidad al mundo plástico y acaba por transformarla en ley. Así sucedió que la doctrina de la abundancia sin excelencia fuera coronada por el éxito. Por el éxito comercial, se entiende, el único a que osó apetecer.
Alfonso Reyes, “Un recuerdo del Diario de México”, en Revista de revistas, 2 de febrero de 1913.
Libros del K.O.
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