A las siete y media de la mañana, ya hay cuarenta personas en la cola, alineadas entre el carro de combate y el patrullero asignado por España para garantizar la seguridad del consulado. De las cuarenta caras de aburrimiento y sueño, tres son negras, dos son orientales, seis son árabes y hay algunas muy rubias, pero con el rubio apagado y descolorido de Europa del Este, ese rubio antiguo y pobre. Las demás son blancas, algunas incluso españolas, o de esas razas indefinidas que salpican Sudamérica como grumos de leche en polvo sobre la superficie del café.
—Hemos debido llegar antes.
—Te has debido levantar antes.
Libros del K.O.
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