Como todos y cada uno de los días del último año, la mañana del 5 de diciembre de 2007 Julia se levantó y prendió la veladora en el altar dedicado a su esposo. Se persignaba frente a la imagen de su marido cuando escuchó que alguien tocaba la puerta y fue a abrirla.
–¿Usted es Julia? –le preguntó a bocajarro una mujer armada con un folder y una pluma en mano.
–Sí –respondió la joven.
–Soy la licenciada Rosa María y vengo del Isssteleon a hacerle unas preguntas.
Julia la pasó a la sala, un pequeño cuarto con tres sillones, un librero con recuerdos de su boda y una especie de repisa, con flores y la veladora. Arriba: una foto grande en la que su marido viste con orgullo su uniforme de policía estatal.
La mujer se sentó y mientras leía una hoja, comenzó a preguntar.
–¿Hace cuanto que enviudó? ¿Quién vive con usted? ¿Vive usted con alguien: novio, concubino o esposo? ¿Ha salido en los últimos 12 meses con alguien? ¿Tiene amigos –hombres– que la visiten en su casa? ¿Cuántas recámaras tiene la casa? ¿Usted con quién comparte habitación?
Julia, sorprendida por el tipo de preguntas tan personales, no la dejó terminar e interrumpió el interrogatorio.
–¿Por qué me pregunta todo esto? ¿A usted qué le interesa con quién vivo yo?
–Señora –replicó la licenciada–, si usted lee la cláusula del contrato que firmó para acceder a su pensión, ahí se especifica que para recibir su ayuda mensual, no puede volver a casarse ni vivir en concubinato, ni haber procreado otro hijo. Y esto es sólo una verificación.
–Pero a mí nunca me dijeron nada –atinó a responder Julia, con desconcierto.
–Pues está en el artículo 99 de la Ley del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado de Nuevo León.
Libros del K.O.
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