Dicen que es imposible tener recuerdos previos a los dos años y medio de edad, que es cuando termina de formarse el hipotálamo o algo así. En verdad no sé quién lo dice, yo lo escuché hace poco en una comida del K.O. Al parecer, todo lo que recuerdas previo a esa edad son, en realidad, “recuerdos inducidos”. Cosas que crees que recuerdas pero que realmente solo te han contado.
Yo, cuando intento ir a mis primeros recuerdos, doy antes con la banda sonora que con la imagen. Caigo sobre todo en canciones y, si logro construir la escena visualmente, suele llevar una melodía de fondo. Como un viaje en coche.
Mi infancia estuvo plagada de viajes en coche. Casi siempre de trayectos entre Zaragoza, Barcelona y Benasque. Cuando pienso en ellos veo a lo lejos las montañas de Montserrat y, en contrapicado, los cortados del Congosto de Ventamillo. De fondo una voz dulce y suave entona como con pudor y desde lejos: “Tómame o déjame, pero no me pidas que te crea más… Cuando llegas tarde a casa, no tienes porque inventar, pues tu ropa huele a leña de otro hogar…”. Es Amaya Uranga, y el grupo se llama Mocedades. La Lucía de 5 años canta con ella desde el asiento trasero del coche familiar.
Las letras de Mocedades (como las de Amaral) estaban en mi memoria antes de que a mí se me formase el hipotálamo. No recuerdo haberlas aprendido, sencillamente las sabía. No me las habían contado, pero sí cantado, así que podría decirse que, como los recuerdos, estas canciones me fueron inducidas.
La música tiene la capacidad de marcar etapas de tu vida y ayudarte a almacenar mejor los recuerdos; llevarte a lugares, y reencontrarte con personas. Pero, para mí, lo más bonito de que tus padres te “induzcan canciones” es crecer con ellas. Redescubrirlas. Ver cómo, con el paso de los años, resignificas algunas letras que tenías interiorizadas.
El otro día vi a Mocedades en la Sala Mozart del Auditorio de Zaragoza. Fue especial por muchos motivos, pero a mí lo que más me emocionó fue escuchar de nuevo “Tómame o déjame” y ser consciente de que, lo que para la Lucía de 5 años no era más que la canción del coche, para la de 23 es un grito desesperado al dolor de una infidelidad.
Que, como dice Benjamín Prado en “19 días y 500 noches después”: la misma canción, al cambiar de persona, no dice lo de siempre cuando dice lo mismo. Y yo soy otra persona.
Lucía Perez Oroz
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