Relato finalista categoría "cadete"

Cuestión de prioridades - Marta Villalonga

 

El mundo son prioridades. Cada día lo tengo más claro. En todas partes hay niveles de importancia. La familia sería uno de los peldaños más altos, junto con la salud y puede que algunos amigos. Pero a veces no nos damos cuenta. A veces nos da por girar la pirámide y parece que si pierdes una final se te acaba el mundo. A veces se nos olvida que el baloncesto es lo más importante de las cosas que no son importantes. No lo dudo. ¿Qué chalado piensa en baloncesto habiendo una pandemia mundial ahí afuera? El mundo está parado y hay que aprender a seguir girando sin él, al menos por un tiempo. Y no pasa nada. Hoy en día hay cosas más difíciles.

 

Al final, ¿cuántas veces hemos oído eso de “sólo es baloncesto”? Si es que es verdad, el baloncesto tan solo es eso. Es correr, arriba y abajo, aún sabiendo que después de subir siempre te toca… pues eso, bajar. Cosa de chiflados. No hay nada más simple. Y, aunque a veces nos compliquemos con jugadas de treinta mil bloqueos y treinta y un mil pases, al final sólo se trata de bailar. Eso es. Es bailar en una pista con líneas. Es bailar muy lento, como quien sabe que así se hace más largo e infinitamente más atractivo el camino entre nosotras y nuestro objetivo. Porque quien disfruta del camino, sabe cómo hacerlo bonito. Imagínate lo simple que es, que una pantalla con el tiempo corriendo para abajo es nuestra sentencia de vida. Allí donde se marcan los segundos que quedan para mantener el resultado, remontar el partido o empezar a bailar más y más lento y hacerlo todavía más atractivo.

 

Mientras juegas puede que la cosa se complique, pero no deja de ser algo sencillo. Recibes en la línea de tres y te toca pensar. No tardes mucho, que el baloncesto no espera. Todo es cuestión de segundos. ¿Tirar? ¿Pasar? ¿Penetrar? Te decides por lo más arriesgado, eso que deja al señor que de vez en cuando te da órdenes desde el banquillo con las manos en la cabeza. Qué precioso es todo cuando se nos va de las manos. Qué bonito el caos cuando no sabe de estrategias. El balón entra por el aro y justo toca la red: cualquier otro gesto de amor se queda en nada. Levantas el puño y sabes que estás ahí, en esa delgada línea entre la euforia y la incomprensión. Te giras, miras a tus compañeras, y te sientes más comprendida que nunca. Entre ida y venida te da tiempo a escuchar el ruido de las gradas. Ruido que, con un poco de suerte, sabrás convertir en música. Y empiezas a deslizarte al son de los bombos, de las trompetas y de los tambores. Y, de pronto, suena el claxon final. Los bombos siguen sonando, pero inexplicablemente solo escuchas silencio. Contraste de emociones. Algunas se levantan victoriosas y otras caen derrotadas. Y no miento; cuando te toca ser de las segundas, el baloncesto pierde un poco de sentido. Por unos segundos. Luego toca seguir creando camino, toca seguir bailando. Porque, como bien dice ese señor del banquillo, las luchadoras nunca descansan. Y porque sabes que el día que ganes, valdrá doble.

 

Qué contradicción tan bonita esa de “jugárnosla” en algo tan fácil. Pero qué felices nos hace lo simple. Dicen que vivir es ver volver. Y yo, aunque sé que hay cosas más complejas, me muero por ver cómo vuelve todo el baloncesto. Y volver a sentir que el ruido me mueve. Volver a subir, volver a bajar y que me vuelvan a decir que el baloncesto solo se trata de eso. Soy una de esas chaladas. La pandemia me preocupa, pero no hay día que no piense en ver volver todo lo que me hacía sentir viva. Sigo sin dudarlo, el baloncesto es lo más importante de todo aquello que no lo es. Porque, al final de todo, lo único importante es la vida. Aunque, a momentos, ambas sean lo mismo.


Alberto Saez
Alberto Saez

Autor



Dejar un comentario

Los comentarios se aprobarán antes de mostrarse.