HONDURAS NO ES IRAK
PERO PODRÍA SERLO
SI ALGUIEN DECIDIESE CONTARLO
Teiker era uno de esos pandilleros que extorsiona, secuestra y asesina en las calles de Honduras. Un veterano con más de una década de antigüedad en la 18. Alguien que lleva la palabra, un «palabrero» o portavoz. Alguien a quien obedecer. Nunca me habría enterado de su existencia si la mañana siguiente a su desaparición, el 10 de enero de 2013, no hubiera leído en el periódico más importante de Honduras —pura nota roja— la siguiente noticia: «Cae pandillero ligado a crimen de subcomisario». Junto al texto aparecía una fotografía del joven maniatado y tirado en el suelo, con signos evidentes de tortura, pero aparentemente vivo. Tenía la cara envuelta en cinta adhesiva, golpes en el pecho y el brazo izquierdo atado su espalda, aparentemente dislocado, con una contusión a la altura del codo. En su pecho podía distinguirse un inmenso 18 tatuado. Lo primero que pensé fue que esa foto solo podía haber sido tomada por un policía y filtrada a la prensa. Lo segundo, que alguien se le había colado publicarla. Lo tercero, que tenía que meterme de lleno en la historia.
En los tiempos muertos de los atascos he aprendido a imaginar una ciudad en blanco y negro. He soñado docenas de veces con la Teguz de los años 40, 50, 60, con sus casas de estilo colonial, sus corrillos a la salida de la iglesia, sus billares o la barbería diplomática en la que afeitaban a navaja a Kapuscinski mientras hacía cola para enviar telegramas, y en la que desde entonces siguen sentados ese tipo de ancianos que aún se llevan la mano al sombrero para saludar a todo aquel con el que se cruzan.
Novato en nota roja (corresponsal en Tegucigalpa), Alberto Arce.
A la venta a finales de enero.
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