Bestiario, por Marta Jiménez Serrano

La especie de que tratamos en esta breve relación ha existido, de un modo u otro, desde los comienzos de la humanidad, aunque su configuración específica y su consolidación evidente como una raza particular no han tenido lugar hasta la era moderna. El crecimiento exponencial de este curioso espécimen ha alcanzado cotas verdaderamente altas, hasta el punto de que hoy podemos encontrarlo prácticamente en cualquier lugar del mundo. Si bien su hábitat originario respondía a los climas cálidos y próximos a alguna masa de agua de tamaño respetable, la capacidad de adaptación al medio de esta criatura ha resultado sorprendente. Hoy podemos encontrarla de norte a sur, en los cinco continentes del globo y en cualquier tipo de condición geográfica y/o meteorológica. 

Es, de hecho, esa capacidad de adaptación la que define a día de hoy la naturaleza de la especie que nos ocupa. Se caracterizan estos seres singulares por la migración, y su actividad principal consiste en trasladarse a otro punto geográfico, lejano en mayor o menor medida de su morada. Esta nueva localización puede ser fugaz o duradera, oscilando el tiempo de ocupación entre los dos días y los once meses. Una vez han ocupado un espacio determinado, suelen recorrerlo de cabo a rabo a una velocidad pasmosa, pasando indefectiblemente por los puntos clave de la geografía visitada. El espécimen más común de esta especie ejecuta así un peregrinaje rutinario, siempre rodeado de sus pares, parando a menudo a comer y a beber, especialmente alimentos hipercalóricos: se trata de una raza con una necesidad de consumo de nutrientes muy superior a la del ser humano. 

A diferencia de otros animales, como el camaleón, el insecto palo o el Gecko de Madagascar, este huye del camuflaje o la mimetización con el entorno e intenta, por el contrario, que se le identifique con facilidad. Por ese motivo, se le suele reconocer a larga distancia, y, por razones que la ciencia todavía desconoce, suele ir disfrazado y busca una vestimenta diferente a la habitual para el citado rito de la migración: es una criatura que se ve atraída por los colores brillantes, incluso fluorescentes, y dispares entre sí. Es habitual que vaya con la cabeza cubierta y las pantorrillas al aire. Profiere, al tiempo que anda, sonidos en un lenguaje extraño y a un volumen muy superior al murmullo medio de cualquier plaza de una ciudad occidental aleatoria. Su piel adquiere una tonalidad entre rosácea y carmín que le asegura la diferenciación y, como el pavo real, la naturaleza hace ostentación de su pluralidad de colores en el pantone de diferentes tonos de rojo que termina por recubrir la piel de esta curiosa especie, cada vez más alejada del homo sapiens

A aquellos que realizan migraciones cortas se les ha llamado en ocasiones domingueros o excursionistas, aunque el nombre técnico genérico es turista o, más específicamente, guiri. La masiva plaga del guiri común que asola a las ciudades modernas ha generado un potente movimiento de rechazo –tourist go home– que aún no ha encontrado, sin embargo, un pesticida efectivo susceptible de terminar con la epidemia. 


Lucía Perez Oroz
Lucía Perez Oroz

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